Exilio de performance
El exilio de
performance es el tiempo en el que abandonamos la práctica. Muchas veces al
retomar, a pesar de que notamos la falta de esa misma práctica, no vemos un
retroceso sino un avance en nuestro desempeño profesional. ¿Por qué?
Primer exilio.
El primero,
fue en mi juventud. Comencé a tocar la
guitarra a los catorce años. El primer profesor fue bastante informal, y
aprendí lo básico. Luego tomé clases de armonía práctica. Y mejoró mi
desempeño. Pero al poco tiempo pensé en abandonar la música. Creía que no era
para mí, que no era lo suficientemente bueno. Entonces me pasé dos años, en los
cuales tocaba solo para divertirme. Cada dos o tres días.
Y como no
tenía apuro, me pasaba investigando formas de sacarle sonido al instrumento.
Jugaba. De todas maneras. A los veinte años volví a estudiar, y a los
veinticinco entré al flamante Kongo Bongo. Yo pensaba que esos años de abandono
no habían servido para nada. Pero cuando pasó un tiempo me di cuenta que tenía
una manera personal de sacarle sonido a mi instrumento. Entonces comprendí que
esos años no fueron en vano. Fueron necesarios.
Segundo exilio
Después de
tocar cinco años en Kongo Bongo, ya había hecho más de ciento veinte
actuaciones, había estudiado unos años en el Ciclo Básico de la Escuela
Universitaria de Música, y había estudiado un montón de teoría en forma
autodidacta. Por cuestiones personales abandoné la música. Pasé mi segundo exilio.
Esta vez más consciente, estudié armonía más seriamente con Esteban Klisich.
Terminé el curso. Entonces me sentí otro, pues pude tener una verdadera, y
ordenada perspectiva de la teoría. Además, hice otras cosas que no están
directamente ligadas al estudio de la música: deportes, baile, escritura, etc. En
definitiva, cosas que quería vivir. Y ahí comprendí que, si bien la música es
hermosa, la vida es MUCHO MAS. Y no se puede ser un gran profesional si no se
ha vivido.
Tercer exilio. El exilio
semanal.
Una vez escuché a un teólogo hablando de que el pueblo hebreo había recibido el mandamiento de no trabajar el sábado, en honor a su Dios. Ese día que no trabajaba, era además una prueba de confianza en la que ese mismo Dios cuidaba sus asuntos personales...Entonces recordé que cuando era joven quería estudiar hasta los domingos. Sin embargo, no progresaba tan rápido. Por otro lado, cuando lograba descansar un fin de semana, lo que no salía el viernes, el lunes al retomar estaba mejorado. Comprendí lo importante que es dejar de trabajar algo concienzudamente trabajado. Y comprobar cómo, al retomarlo, queda: o bien resuelto, o bien encaminado.
Es que mi cerebro trabaja en forma inconsciente. Incluso durante el sueño se ordena todo el cerebro. ¡Funciona! Hoy en día descanso a partir del sábado de tarde hasta el lunes, y cuando vuelvo siempre me siente renovado. Obvio que si un domingo tengo un ataque de inspiración agarro el instrumento.
El descanso es necesario. Y hermoso. El trabajo hace que ese descanso no sea ocio.
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